Le temo al despertar de nuestra fiera,
a la mirada que atraviesa el alma,
al dolor de agonía y su conjunto,
al odio con toda su estupidez;
aquí, donde todo parece edén.
Le temo a la sonrisa de la angustia,
a la sombra, a la cárcel sin barrotes,
al luto del espectro dominante,
al mar enfurecido por los hombres,
a los hombres hartos de todo y nada.
Temo a la sonrisa más que a la pena,
más que al fuego a la frialdad del ser,
al brillo de los ojos más que al puñal,
a la palabra vacía le temo
más que al vacío que en la sombra arrastra.
Temo al pasado que mueve la herida,
al muerto que vive escarbando gloria,
temo, sí, a quien estercola la historia,
al que sólo hace bien para su bien,
al jardín del que murió por la patria.